jueves, 26 de agosto de 2010

La Plaza de Bolívar de Bogotá

Reseña: La Plaza de Bolívar de Bogotá, La Ciudad: Habitad de Diversidad y Complejidad. Juan Carlos Pérgolis Departamento de Arquitectura, Facultada de Artes – Universidad Nacional de Colombia. 2002

El documento de Juan Carlos Pergolis, que sirvió como guía para la cátedra de Manuel Ancizar, inicia con una breve descripción de la Plaza de Bolívar adornada con palabras y elementos que llaman la atención y sitúan al lector en el sitio de interés: la Plaza de Bolívar, con la intención de generar al tiempo una “mirada a nuestra Plaza Mayor, desde la semiótica del deseo” y una identidad con la plaza: yo y la Plaza; para así continuar con una detallada vista a los cambio que ha sufrido la plaza durante los años noventa.

Así, el recorrido por la carrera séptima y el arribo a la plaza de Bolívar se convierte en un conjunto de signos y lugares que componen la relación plaza-emoción:

“Voy a la deriva en el mar de signos que evidencian los mensajes de la ciudad de la comunicación, vitrinas, gente, artesanías, vehículos, ruido; sin embargo, cada signo es nítido y esa es la magia de la ciudad. […] ahora, frente al Museo del Veinte de Julio…, intento adivinar la presencia de la Torre del Observatorio del sabio Caldas, por detrás de la mole del Capitolio. […] No veo el Observatorio, lo intuyo y lo relaciono con la Casa del Florero. De pronto, el sol anaranjado y enorme de la tarde bogotana aparece en el ángulo entre el Capitolio y la Alcaldía, sobre la Casa Comunera. La Calle Real desemboca como un río en la Plaza Mayor […] Voy a la deriva, me deslizo sin un rumbo preciso en la desorientación que me produce la gran cantidad de signos, los infinitos mensajes; los atravieso a todos, en algunos hago una escala momentánea, la Plaza de Bolívar como forma, está muy lejos de mí, cruzo la plaza-emoción, que reúne todas las plazas, todos los soles, todos los signos.”

“En la noche del 19 de Julio de 1926 presenció, el novelero pueblo bogotano, los juegos combinados de agua y luces polícromaticas de cuatro fuentes, dispuestas en cuadro en una plazoleta también cuadrada, para la que fue preciso excavar el declive natural de la plaza. El tamaño exageradamente macizo de las fuentes impuso la adopción de un pedestal aun mas alto para que la estatua, situada en el centro de la plazoleta, pudiera verse a cierta distancia…”, señala el historiador Carlos Martínez. Este cambio de la plaza transformo la imagen de Bogotá de aldea a ciudad, donde “el geométrico tratamiento de espacio proporcionaba una elegante monumentalidad que el centro nunca había tenido, donde las proporciones del Capitolio, la sobria fachada de la Catedral del monje Petres y el Edificio Lievano, hablaban de una ciudad que construyo cuidadosamente el patrimonio colectivo”, en una época de difíciles condiciones económicas.

“La Plaza de Bolívar, el principal espacio de la ciudad recibía las señales que construía cada generación con un claro sentido de identidad”. Sin embargo, la obra del Arquitecto Alberto Manrique Martín vivía hacia 1938 un periodo de decadencia y esplendor, con periodos de cuidado y mantenimiento obsesivo o periodos de olvido, deterioro y abandono; donde las fuentes sin agua se convirtieron en depósitos de basura, pero que luego se transformaron en un fantástico esplendor de la ciudad, donde los tonos multicolores jugaban de una manera especial con la noche bogotana.

Pero la plaza era observada con respeto desde los andenes, porque no era común que la atravesaran, solo unos pocos lo hacían. Ni la tensión ocasionada por el comercio del edificio Lievano en la octava y el de Altozano de la Catedral en la séptima, o los muchachos del San Bartolomé, no obligaban a los bogotanos a atravesar la plaza, ni siquiera para abordar el tranvía expreso.

En ese momento, la voz de Colombia (emisora) se situaba en el segundo piso del edificio Lievano, el almacén Mazuera cruzando la calle 11 y la sombreria de Madame Daguer se encontraba íntimamente en un apartamento del palacio episcopal en la esquina de la calle 10. “Todo está cerca de esta plaza de Bolívar”. Todo lo que esto ocurría en las esquinas de Chapinero, en el tranvía que volteaba en la distante calle 72 o en la vida de la Pedagógica, se comentaba en el marco de la plaza como parte de lo cotidiano. Simplemente, “porque lo cercano y lo lejano más que distancia explican sentimientos. En Bogotá de los años treinta y cuarenta, cercano sugería lo propio y lejano daba a entender lo ajeno”, porque en esta “ciudad de altiplano, encerrada entre montañas” nada era lejano o ajeno. Pero los conceptos de lejano y cercano son categorías de tiempo que proponen transversalidad, y se entienden como parte de las categorías espaciales.

Pero en la sociedad actual (refiriéndose a la Bogotá de finales del siglo XX) el centro pierde su significado como característica de la ciudad, y cada habitante pasa a ser un centro referencial de territorio. Pero sin centro no hay referencia de distancia, por lo que sin lejanías o cercanías no existe ciudad. No obstante, esta alteración no corresponde a la ciudad detallada por el Urbanismo moderno, que la ideaba “recortada en partes funcionalmente especializadas y significantes del todo” constituida en un territorio fuertemente estructurado y jerarquizado; ya que este convirtió la ciudad en una sin partes y sin todo, en “fragmentos indiferenciados que juegan arbitrariamente sobre estructuras inestables”.

Hacia 1947, la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Alcaldía y el Ministerio de Educación, invitan a Le Corbusier a Bogotá, el cual entrego un plan director o plan piloto en 1950, basado en cuatro planes generales: el regional, el metropolitano, el urbano y el centro cívico, lo que permitió ver una “Bogotá imaginada” sumergida en una utopía moderna donde se construirían carreteras, autopistas, barrios obreros y bloques de vivienda.

Con una inauguración del centro cívico, la cotidianidad de la ciudad se hubiera alimentado del sentido de modernidad y pertenencia de la sociedad bogotana, y convertiría a la capital en una fascinación para sus habitantes, una “Bogotá espectáculo” que llevaría a la construcción de una Bogotá moderna que satisficiera los “deseos urbanos de todos y cada uno de sus habitantes, de aquellos que veían en la ciudad un paso más hacia ese intangible que llaman progreso”. Sin embargo, la plaza cívica de Le Corbusier nunca se construyo.

“Pero las masas sobrentienden el sentido en tanto satisfacen el deseo urbano, en lo demás parecen buscar signos, formas, estereotipos, todo aquello que permita idolatrar lo espectacular, como la plaza del centro cívico…”; pero con estos cambios a lo moderno desaparecen obras como las Galerías Arrubla consumidas en el fuego, o el edificio Lievano que no cupo en el Plan de Le Corbusier; y a pesar de que pueda significar progreso la “innovación y desarrollo en la construcción de Bogotá moderna”, en lo que puede desaparecer, formas y elementos, radica la nostalgia y la prevención a la amnesia colectiva, claros símbolos de la persistencia de la memoria por entender las manifestaciones de deseo, de no olvidar.

“El 16 de Julio de 1961, […], se inauguro la nueva Plaza de Bolívar, la que hoy conocemos” donde cuarenta mil niños de escuelas públicas entonaron el himno nacional. Los concursantes del concurso de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, “entendieron que en el ámbito asustero y puro flotaría por siempre en el espíritu de Le Corbusier”. Sin embargo, la desaparición de las cuatro fuentes del centro de la plaza, sentó un precedente de modernidad, inventando una nueva imagen, “moriría una Plaza de Bolívar y nacía otra” donde no existían estacionamientos ni fuentes, ubicando a Bolívar y su pedestal como el único ornamento, piso en piedra, sin árboles, tanques ni jardines.

Así, la Plaza de representaba “austeridad y modernidad, menos es mas”, como ya lo sabían los bogotanos, estrenando el espacio más fascinante de Bogotá. Sin embargo, “nadie pensó que se perdía identidad y si alguien lo hubiera sospechado, nadie lo hubiera dicho ya que en ese momento nadie hablaba de identidad, porque nadie dudaba de ella”. Con esta trasformación se adquiría un nuevo sentido para el centro, donde se mezclaba gobierno, comercio, todo en un enorme y sobrio espacio de poder.

Poco a poco, el tranvía, las fuentes y los sombreros fueron desapareciendo así como las construcciones de la calle 11 con la construcción del nuevo Palacio de Justicia (inaugurada incompleta en 1970 y que murió en 1985, sin la torre de veinte pisos homenaje a los rascacielos de Le Corbusier). También se fueron los almacenes de la octava en el primer edificio Lievano, convirtiéndose en una galería porticada resultado de la renovación del Arq. Fernando Martínez, desapareciendo los chocolates, las modas y la geometría art deco de la cuadra más concurrida de la ciudad. Por último se fueron las Cancino con su almacén de antigüedades del cabildo eclesiástico “construido donde antes existió la pequeña iglesia de los conquistadores y la primera catedral, […] la cárcel de eclesiásticos y el juzgado de diezmos”.

Todas estas nuevas imágenes e identidades, llevo a los bogotanos más allá del signo, “porque cuando desaparecen los signos, quedan las presencias”. Pero en la noche todo cambia, “porque la ciudad tiene dos identidades […], una está dada por las estabilidades, la seguridad y los movimientos recurrentes; la otra es la ciudad del desarraigo, de las tribus urbanas, de los otros, esa temida contraparte de lo establecido, de lo arraigado. Uno es la ciudad de la Plaza, la otra es de las calles”. Y cuando se piensa en el futuro se ve una ciudad enorme, fragmentada y dispersa como la segunda, “contexto de ciudadanías diferentes, nómadas y desarraigadas de multiplicidad cultural y simultaneidad cada día más desligada de cualquier forma”. Pero la estabilidad está dada en la Plaza, y el desarraigo y fragmentación por la calle, lo que conlleva a una ciudad móvil, “inestable, nómada, transitoria, esa que ocupa todo el territorio colombiano, porque la ciudad es destino y es deseo, es imaginario y filtro de toda la instantánea cotidianidad del modo de vida nacional”.

Es por esto que la trasformación y cambio a la modernidad es fascinante, ante falta de signos; que la ciudad que es destino y deseo no tiene jerarquías, solo sucesos, ciudad-red sin principios ni fin, resultado del urbanismo que nace en la Plaza.

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